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La historia de nuestra vida se construye a base de recuerdos, gratos y desagradables, felices y castigadores. Cualquier insignificancia puede, con el devenir del tiempo, transformarse en un pequeño o gran recuerdo y aquellas pequeñas cosas tan simples como un billete de tren consumido, una desvaída entrada de cine, una concha o un sobre de azúcar vacío, pueden traer a nuestra mente incontables momentos vividos… numerosos momentos sufridos.
Recuerdos capaces de dibujar una sonrisa en nuestros labios o de anegar nuestros ojos con lágrimas de emoción o de dolor.
Y eso es lo que me ha sucedido hoy.
El frío arrecia y con él ha llegado el momento de sacar a la luz las prendas de abrigo guardadas desde el último invierno e incluso desde el anterior.
Era antes cuando se tenía un solo abrigo. Hoy tenemos para elegir e incluso para obviar.
Este otoño, desde que empezó a refrescar, visto un chaquetón ¾ que ya tiene unos años y que el invierno pasado apenas me puse un par de veces.
Este verano lo llevé a la tintorería y me lo dejaron como nuevo, de ahí que vuelva a ser mi favorito.
Pero hoy me apetecía variar y he recordado ese abrigo negro entallado que el invierno pasado sólo me quitaba para dormir (es un decir, claro).
He abierto el armario y allí le he encontrado esperándome, listo para ser usado.
Me preguntaba si aún cabría en su interior… y sí, he conseguido abrocharlo sin tener que contener la respiración.
La contrariedad ha surgido cuando he introducido mis manos en sus bolsillos.
Mi mano izquierda ha palpado un papel doblado.
“¿Qué será?” He pensado, a la par que lo extraía y lo desdoblaba cuidadosamente, a priori sin reconocerlo.
Dios! Sacar prendas después de tantos meses es como revolver en el baúl de los recuerdos.
Y ese insignificante papel, esmeradamente doblado e ignoradamente guardado, ha sido el culpable de que de repente mi buen humor se esfumara, para dar paso a una especie de absurda y estúpida depresión transitoria.
Cientos de recuerdos han acudido raudos a mi mente, a modo de película de vivencias y situaciones proyectada a la velocidad del rayo.
Ese retazo de papel en cuestión ha intentado abrir de cuajo una herida a medio cicatrizar que, en algún lugar recóndito de mi anatomía, lucha sin descanso por conseguir cerrarse, aunque sin demasiado éxito porque… siempre hay algo que me hace volver.
Y es que los recuerdos que asfixian deberían ser como micro-chips desensamblables.
Si el cuerpo humano fuera una máquina tan inteligente y perfecta como pretenden hacernos creer, estaría dotado con la facultad de poder borrar de su mente las circunstancias, situaciones o personas, nocivas para su propia integridad, tanto física como psíquica.
Recuerdos capaces de dibujar una sonrisa en nuestros labios o de anegar nuestros ojos con lágrimas de emoción o de dolor.
Y eso es lo que me ha sucedido hoy.
El frío arrecia y con él ha llegado el momento de sacar a la luz las prendas de abrigo guardadas desde el último invierno e incluso desde el anterior.
Era antes cuando se tenía un solo abrigo. Hoy tenemos para elegir e incluso para obviar.
Este otoño, desde que empezó a refrescar, visto un chaquetón ¾ que ya tiene unos años y que el invierno pasado apenas me puse un par de veces.
Este verano lo llevé a la tintorería y me lo dejaron como nuevo, de ahí que vuelva a ser mi favorito.
Pero hoy me apetecía variar y he recordado ese abrigo negro entallado que el invierno pasado sólo me quitaba para dormir (es un decir, claro).
He abierto el armario y allí le he encontrado esperándome, listo para ser usado.
Me preguntaba si aún cabría en su interior… y sí, he conseguido abrocharlo sin tener que contener la respiración.
La contrariedad ha surgido cuando he introducido mis manos en sus bolsillos.
Mi mano izquierda ha palpado un papel doblado.
“¿Qué será?” He pensado, a la par que lo extraía y lo desdoblaba cuidadosamente, a priori sin reconocerlo.
Dios! Sacar prendas después de tantos meses es como revolver en el baúl de los recuerdos.
Y ese insignificante papel, esmeradamente doblado e ignoradamente guardado, ha sido el culpable de que de repente mi buen humor se esfumara, para dar paso a una especie de absurda y estúpida depresión transitoria.
Cientos de recuerdos han acudido raudos a mi mente, a modo de película de vivencias y situaciones proyectada a la velocidad del rayo.
Ese retazo de papel en cuestión ha intentado abrir de cuajo una herida a medio cicatrizar que, en algún lugar recóndito de mi anatomía, lucha sin descanso por conseguir cerrarse, aunque sin demasiado éxito porque… siempre hay algo que me hace volver.
Y es que los recuerdos que asfixian deberían ser como micro-chips desensamblables.
Si el cuerpo humano fuera una máquina tan inteligente y perfecta como pretenden hacernos creer, estaría dotado con la facultad de poder borrar de su mente las circunstancias, situaciones o personas, nocivas para su propia integridad, tanto física como psíquica.
Pero para nuestra desgracia no lo está.
De todo se aprende, así que, por si acaso, cuando termine este invierno, procuraré no olvidarme de vaciar los bolsillos de mis abrigos antes de guardarlos, para no tener que enfrentarme dentro de un tiempo a esos recuerdos que acostumbran a forjarse en bolsillos olvidados y que no siempre son gratos.
De todo se aprende, así que, por si acaso, cuando termine este invierno, procuraré no olvidarme de vaciar los bolsillos de mis abrigos antes de guardarlos, para no tener que enfrentarme dentro de un tiempo a esos recuerdos que acostumbran a forjarse en bolsillos olvidados y que no siempre son gratos.
1 comentari:
Bona nit!!
Bé, jo sóc d'aquells estranys que només tenen una jaqueta. I (no ho diguis a ningú) però pel cap baix té uns 10 anys. La cremallera està espatllada i ha (o hem) superat innombrables intents de llençar-la a les escombraries. Pero no! Tots dos ens mantenim ferms!!
En definitiva, jo l'únic que hi acostumo a trobar són paquets de mocadors de papers que em fan recordar que, si no me la poso, agafaré un bon refredat!! I per sort això és de més bon recordar que no pas el que has trobat tu en el teu paper!
Però bé, ja tens raó quan dius que, de vegades, petites coses et porten records de vegades bons i de vegades no tan bons. L'altre dia vaig sentir una olor que em va fer pensar en el parvulari. Sí noia, serà que no ha plogut des de llavors... Però em va recordar com ens feien rentar les dents, com ens cridaven per uns altaveus quan ens venien a buscar, com ens feien dormir en unes tumbones, el pati tancat amb tela verda...
En fi, que per bé o per mal els records bons i dolents també formen part de la nostra vida. Hem d'intentar que no ens l'esguerrin, però de vegades és tan fàcil dir-ho...
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