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Dice el refrán que “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”, y en esa creencia había sido educada Terelu, a la que nunca le había importado tener que salir siempre a su encuentro, atravesando ríos y valles.
Pero un mal día, después de mucho tiempo de peregrinaje desinteresado y altruista, Terelu se rompió una pierna, obligándola a guardar reposo por espacio de unas semanas.
Terelu, ingenua hasta la médula, quiso creer que ante su estado, sería la montaña quien acudiría a ella.
Pero los días se fueron sucediendo y ninguna montaña llamó a su puerta.
El día que le retiraron la escayola, el corazón de Terelu sintió el impulso de volver a ella, pero como pocas veces en su vida, la razón se impuso a su corazón y comprendió que “aunque la fe mueve montañas”, esa montaña, su montaña, jamás iba a desplazarse un milímetro por ella.
Aunque defraudada, dolida y desengañada por la realidad, la fuerte Terelu se sobrepuso y se dijo que por muy bellas que sean, las montañas tan terriblemente egoístas, no merecen ni el tiempo ni el esfuerzo de un corazón frágil.
Desde ese día, Terelu vive en una playa de suaves dunas, donde anidan sus sueños al abrigo de decepciones, lejos, muy lejos de cualquier cordillera.
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