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¿Te has sentido alguna vez como un náufrago que lanza mensajes en botellas que al parecer no arriban jamás a ninguna playa?
O tal vez sí llegan, pero nadie las ve, o nadie las recoge, o nadie lee el mensaje que hay en su interior.
O sí lo lee, pero cree que es una broma y prefiere ignorarlo, o sencillamente… no le importa.
Simplemente le es indiferente que, en alguna isla desierta y solitaria, haya un náufrago que en su deseperación embotelle esperanzas para que crucen a nado un océano de ilusiones en busca de un sueño.
Lo cruel es si, dominado por su egoismo, en lugar de devolver la botella al mar para que arribe a otro destino, o dejarla sobre la arena para que otro pueda recogerla, se la lleva a casa para depositarla junto a las demás en el estante de sus amarguras.
¿Por qué?
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