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Porque escoger es un derecho... o por lo menos debería serlo

dissabte, 22 de març del 2008

Vidas ajenas

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El Sebas y la Puri siempre habían sido inseparables.
Crecieron en el mismo barrio marginal de la ciudad que les vio nacer y además compartieron durante años pupitre en el barracón prefabricado donde les impartían clase el día que acudían a él.

Sebas era el tercero de 4 hermanos. Puri era la pequeña de 5.
El padre de Sebas, gitano apodado “El Percha” por su altura, murió apuñalado en una reyerta cuando él contaba sólo 6 meses.
A los pocos días, “El Marqués”, un payo con mucho porte y palique pero pocos actos honestos, padre de una Puri recién nacida, abandonaba a su familia sin mediar palabra. Nunca se volvió a saber de él, lo cual dio pie a muchas leyendas.

Sus respectivas madres, compartiendo circunstancias, se unieron para luchar en común y acarrear la tremenda carga que supone tener unos hijos a los que criar.
Se turnaban en la fábrica de curtidos para que, alternativamente, una de ellas pudiera estar siempre disponible para cuidar a los niños.
Aun así, debían sacrificar horas de sueño para armar los ramos de flores de plástico que vendían las mañanas de los domingos en la puerta principal del cementerio, con los más pequeños colgados al cuello, y que les permitía sacarse unos duros extra.

A pesar de los genes, las penurias, los novillos y los malos ejemplos que les rodeaban en la vecindad, Sebas y Puri optaron por intentar tomar lo que la sociedad denomina “el buen camino”.

A los trece años se prometieron amor eterno y, aunque ninguno de los dos estaba interesado en seguir con sus estudios, también se comprometieron a luchar juntos por salir del agujero en el que se habían criado.
Sebas le rogó a Pedro, el mecánico del barrio, que le aceptase como aprendiz y chico de los recados, y Puri, en tanto no tuviese edad para poder trabajar en la fábrica, consiguió que “La Chon” la tomara en su peluquería como lavacabezas los viernes y sábados.
No era mucho el dinero que conseguían reunir, pero sí los conocimientos.

Sebas resultó ser un “manitas”, y en un par de años se conocía los motores y pormenores de los vehículos que visitaban el taller mejor que sus diseñadores.
Su patrón estaba más que contento con él, aunque un poco rabioso cuando los clientes empezaron a preferir las manos del chico a las suyas.

En cuanto cumplió los 14, Puri dejó a “La Chon” para incorporarse a la plantilla de la fábrica. A las pocas semanas empezó a sufrir problemas asmáticos y a los 3 meses cayó gravemente enferma. Tuvo que ser hospitalizada y los médicos diagnosticaron que la raíz de su problema eran los líquidos utilizados en el curtido de las pieles, por lo que tuvo que renunciar al trabajo.
El día que fue a firmar el finiquito Puri llevaba la debilidad y la desesperación impresas en su rostro, pero eso poco le importaba a nadie, ni nadie hizo el menor comentario al respecto.

Fue al salir cuando se topó con Manuel, el que había sido su jefe por unas semanas. Un señor amable y educado como no acostumbraban (ni acostumbran) a ser los jefes. Manuel deseaba hablar con ella y la invitó a un café. Sentados en la mesa de un desvencijado bar vecino a la fábrica, él sí que se interesó por lo sucedido. Puri enrojeció hasta la raíz de sus cabellos y trató de explicarlo a grandes rasgos y con pocas palabras, evitando por todos los medios vencer el nudo que la ahogaba en su garganta. Tras escucharla detenidamente, Manuel, conocedor de su eventual trabajo en la peluquería de “La Chon” , sacó un lápiz de su bolsillo, garabateó una dirección en una servilleta y se la tendió.
Manuel sabía que la Puri era una buena chica, hija de la Manuela, también una buena mujer a la que conocía desde hacía muchos años y le brindó la oportunidad de trabajar en la peluquería de Carmen, su mujer.

Pasaron los años y tanto el uno como el otro acabaron por tomar las riendas de los dos negocios ajenos.
El Sebas y la Puri se casaron al cumplir los 22 y fueron a vivir a un piso de alquiler de un humilde barrio obrero, un lugar muy distinto al que les había visto crecer.
Fruto de su amor, al poco tuvieron a Daniel y a Alba, y más tarde a Silvia.

De los 3 hermanos de Sebas sólo quedaba 1 y estaba en la cárcel acusado de diversos robos. Las drogas se habían cobrado la vida del mayor y el SIDA la del tercero.
De los 4 de Puri sólo quedaban 2. Al segundo, como al padre de Sebas, le dieron muerte en una reyerta. Al cuarto le atropelló un camión una noche de borrachera, cuando bajo los efectos del alcohol, intentó cruzar la autopista. El mayor se dedicaba a la recogida de chatarra. Le hizo un hijo a una gitanilla que enviudó a los 21 con 3 churumbeles a su cargo y la familia le obligó a escoger entre casarse con ella o ser linchado. Desde entonces ya eran 3 los hijos que le llevaba hechos, y seguía viviendo en el barrio donde nació y creció. El tercero era palmero de una estrella del flamenco y siempre andaba de giras. Cuando volvía al barrio sólo lo hacía por el breve espacio de tiempo que le llevaba visitar a su madre.

Con el paso del tiempo terminaron arrendando el taller mecánico y comprando la peluquería.
Sebas actualizó el taller, dotándolo con los últimos adelantos tecnológicos, y una primera marca de vehículos le ofreció representar a su firma. Sebas aceptó y al poco tiempo inauguró un concesionario propio fuera del barrio.

Puri dedicó parte de sus horas libres al aprendizaje del maquillaje de caracterización, algo que siempre había llamado su atención. Animada por su familia y sus propias clientas, se presentó a diversos concursos que le llevaron al mundo del cine y del espectáculo. Ya no podía pasar todo su tiempo en la peluquería pero sus 3 empleadas la sacaban adelante orgullosas de quien era su patrona.

El Sebas y la Puri decidieron un buen día trasladarse a una vivienda más grande y llevarse a sus respectivas madres, ya ancianas, a vivir con ellos.
Ya no trabajaban en la fábrica de curtidos, y aunque no era necesario, seguían armando ramos de flores de plástico para venderlos los domingos en el cementerio, junto a otros de flores frescas.
Sebas y Puri las llevaban y las recogían, y les adquirían los ramos que llevaban a las tumbas de sus hermanos.

Daniel y Alba habían llegado a la universidad. Daniel estaba en la facultad de telecomunicaciones y Alba en la de ciencias políticas. Silvia aspiraba a ser actriz y fue enviada a Londres para cursar arte dramático.

Sus madres fallecieron con 3 meses de diferencia. Daniel marchó a EEUU a hacer el doctorado y allí conoció al amor de su vida, por lo que no regresó. Alba fue becaria de un embajador con el que se acabó casando y se fue a vivir con él a un país asiático. Silvia andaba dando tumbos por Europa y las Américas, intentando ser la estrella con la que soñaba.

El Sebas y la Puri se quedaron solos con su amor eterno, preguntándose si habían hecho lo apropiado, y entraron en una espiral depresiva.
Al poco, la salida de la cárcel de César, el hermano de Sebas, vino a romper la monotonía de sus vidas. Le acogieron ilusionados en su hogar y Sebas le ofreció un trabajo sencillo pero muy bien remunerado en uno de sus talleres.
Nunca sabremos qué habría sido del Sebas y la Puri si no hubieran estado en el sitio y lugar oportunos, y Pedro y Manuel no hubieran aparecido en sus vidas, pero sí sabemos que fue de ellas.

El Sebas y la Puri encontraron la muerte en su propia casa la noche de un sábado 31 de octubre, de manos de unos asaltantes. Esta vez no estuvieron en el lugar y momento oportunos puesto que, como cada fin de semana, debían hallarse a muchos kilómetros de allí.

Pero a César se le había pasado un detalle por alto. Al día siguiente era día de difuntos, y el Sebas y la Puri decidieron quedarse en su domicilio para visitar por la mañana las tumbas de sus seres queridos. Los únicos a los que podían visitar.

Daniel, Alba y Silvia, regresaron para dar sepultura a sus padres, liquidar los negocios y repartirse la herencia.
César volvió a la cárcel en cuanto se descubrió su implicación en el asalto.

Después todos desaparecieron, pero antes de partir compraron unas flores de plástico en la entrada del cementerio.

Nadie estaba seguro de volver algún día a lo que para ellos formaba, desde hacía ya tiempo, parte del pasado.




Camp de la Bota (Barcelona, 1971)