Solo y sólo...

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Te dijeron que los árboles no te dejaban ver el bosque…
Y los talaste.
Y te quedaste solo.

Solo y sólo con un montón de leña con el que caldear
el frío invierno en el que os sumisteis tú y tus sueños.

Solo y sólo con tus recuerdos en forma de astilla.
Astillas clavadas en lo más recóndito de tu ser,
a más profundidad con cada día que pasa.

Solo y sólo con el carcomer de tus sentidos,
convertido en carcelero de tus propios impulsos,
de tus propios sentimientos.

Y ya no hay árboles que te cobijen,
ni pájaros que te canten al empezar un nuevo día.

Solo y sólo en una yerma estepa
en la que sólo graznan los cuervos de la desesperación,
acechando quizá la semilla de aquel árbol
que tal vez la cordura te hizo poner a buen recaudo
cuando aun eras dueño de ti mismo,
y no envejecías siete días cada noche,
ni morías siete veces con cada amanecer.