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Porque escoger es un derecho... o por lo menos debería serlo

dimecres, 25 d’abril del 2007

La Ventana

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«La vida es, siempre ha sido y siempre será lo que hagamos de ella»
Abuela Moses



Había una vez dos hombres de edad avanzada que, gravemente enfermos, compartían una pequeña habitación en un gran hospital, sin lujos y con escasas comodidades, pero con una gran ventana que daba al exterior.

Los ancianos apenas si recibían visitas, por lo que se sentían solos y abandonados, y pasaban sus días acostados, como dos viejos elefantes que habían viajado hasta su cementerio para encontrarse con el final de sus vidas.

De la mano de la convivencia, su única distracción era el diálogo que podían generar sus recuerdos y las descripciones que cada tarde ofrecía el afortunado que ocupaba la cama cerca de la ventana, a su compañero obligado a permanecer todo el tiempo recostado.

Cada tarde incorporaban por espacio de una hora al hombre de la ventana para drenar sus pulmones como parte del tratamiento, y durante todo ese tiempo le relataba a su postrado compañero lo que sucedía en el exterior.

La ventana daba a un parque con un lago, en el cual había patos y cisnes, y los niños acudían a darles pan y a jugar con sus barquitos. Los enamorados paseaban cogidos de la mano bajo los árboles, y se sentaban en los bancos para charlar y hacerse arrumacos. Había grandes árboles y fuentes, muchos parterres de hermosas flores y grandes extensiones de césped, en las cuales siempre había gente tumbada leyendo, sentados en círculo charlando o familias disfrutando de una merienda al aire libre.
Al fondo, por encima de los árboles que limitaban el parque, se perfilaba una hermosa panorámica de la ciudad.

El hombre acostado escuchaba a su compañero sin interrumpirle, disfrutando de cada una de sus explicaciones, dibujando todo en su mente. Las descripciones de su amigo eran tan detalladas que tenía la sensación de que casi podía ver lo que ocurría fuera.

Lo bonitas que iban las chicas con sus vestidos de verano… Cómo corrían los niños con sus bicicletas… Cómo uno casi cae al lago!

Más de pronto una tarde una idea asaltó su mente:
¿Por qué el hombre de la ventana podía disfrutar del placer de ver lo que ocurría en el exterior?, ¿Por qué no podía él tener su misma oportunidad?

Se sintió avergonzado por sus pensamientos, pero cuanto más se esforzaba por alejarlos e ignorarlos, más anhelaba un cambio… ¡Tenía que hacer algo!

Al poco tiempo, una noche, mientras contemplaba el techo sin lograr conciliar el sueño a causa de su angustia, el hombre de la ventana se despertó bruscamente, tosiendo y ahogándose, buscando a tientas el pulsador para alertar a la enfermera, pero él, tras contemplarle, permaneció inmóvil en su cama, sin moverse, ni siquiera cuando la respiración cesó.

A la mañana siguiente, la enfermera encontró al hombre muerto, y en silencio se llevó su cuerpo.

Temiendo que alguien ocupase la cama de la ventana, tan pronto como le pareció prudente preguntó por la posibilidad de cambiarse a ella.
Su solicitud fue aceptada y un par de enfermeras lo trasladaron.

Tras acomodarle y arroparle abandonaron la habitación, y entonces él se preparó para el gran momento. Por fin iba a disfrutar del placer de reencontrarse con el exterior, con todo aquello que durante meses había visto por boca de su compañero.
Como pudo se impulsó con un codo y aun con grandes dificultades, alcanzó a mirar por la ventana. Pero la ventana daba a una pared de ladrillos.




Adaptación de un relato de autor desconocido